“Y había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, príncipe de los judíos: Este vino a Jesús de noche”. — Juan 3:1,2
El relato del encuentro de Jesús con Nicodemo, un fariseo y príncipe de
los judíos, se encuentra en Juan
3:1-15 Este es uno de los más interesantes de los muchos relatos en el
registro del Evangelio, el cual ilustra la actitud de al menos algunos de los
gobernantes de los judíos hacia el Hijo unigénito de Dios, a quien el Padre
había santificado y enviado al mundo. Más importante que esto es la ilustración
que este relato proporciona de la actitud de un hombre natural bien aprendido
en cuanto a las cosas espirituales y su dificultad para recibirlas y
comprenderlas.
Los fariseos eran considerados por muchos, incluso por ellos mismos,
como la secta más sagrada de los judíos en la época de Jesús. Reclamaban una
santidad especial como resultado de mantener la ley mosaica, manifestando un
cuidado escrupuloso de todas sus características ceremoniales. Se habla de
Nicodemo como un “príncipe de los judíos” y un “maestro de Israel” que era muy
parecido a algunos de los líderes influyentes en las iglesias de hoy. (Juan 3:1,10) Aunque sin duda
intentó vivir en la medida de sus posibilidades de acuerdo con muchos rasgos de
la ley judía, no pudo comprender las cosas espirituales por ser un hombre
natural y, por esto, no fue capaz de recibir las cosas del Espíritu de Dios ni
comprenderlas “porque se han de examinar espiritualmente”. (1 Corintios. 2:14).
¿POR QUÉ DE NOCHE?
El relato dice que Nicodemo “vino a Jesús de noche”. Se sugirió que fue
en ese momento porque no deseaba ser visto visitando a una persona tan
impopular como lo era Jesús con los escribas y fariseos y no quería que se
supiera que estaba influenciado de alguna manera por su mensaje. Por otra
parte, se puede decir que las horas nocturnas serían el momento más conveniente
para una conversación tranquila y privada, especialmente en vista de la
ajetreada vida de enseñanza de Jesús, la realización de milagros y teniendo
frecuentemente grandes multitudes siguiéndolo.
Por ejemplo, cuando los amigos del hombre “que estaba paralítico”
quisieron llevarlo con Jesús, había tal cantidad de gente rodeando la casa que
la única forma de obtener acceso al Maestro era haciendo un agujero en el techo
y bajando al hombre enfermo con “el lecho en medio, delante de Jesús”. (Lucas 5:18,19) En una ocasión,
leímos que había tantos que iban y venían a ver a nuestro Señor y a sus
discípulos “que ni aun tenían lugar de comer”. (Marcos 6:31) Asimismo, no tenemos que pensar en que Nicodemo
venga en medio de la noche, sino simplemente al anochecer, quizá el mejor
momento disponible para que haga una visita.
El acercamiento de Nicodemo a nuestro Señor fue muy respetuoso: “Este
vino a Jesús de noche, y díjole: Rabbí, sabemos que has venido de Dios por
maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no fuere Dios
con él”. (Juan 3:2) De la respuesta de
nuestro Señor, es muy evidente que únicamente una parte de la conversación está
registrada. También parece claro que el tema vital del reino del Mesías, en el
que cada judío creyó, debe haber sido mencionado. “En verdad, en verdad te digo
que él no nacido [engendrado: véase el siguiente párrafo para una mayor
explicación] de nuevo no puede ver el reino de Dios”. (Vv. 3, Biblia Enfatizada de Rotherham)
Evidentemente, Nicodemo había escuchado que Jesús predicaba que el reino de los
cielos estaba cerca. Posiblemente escuchó que Jesús afirmó ser el Mesías, el
gran rey, en ese reino.
A modo de explicación, la palabra “nacido”,
tal y como se traduce en el verso anterior, es una traducción de la palabra
griega gennao. Esta
palabra es única ya que puede referirse tanto al acto de engendrar, el
principio del período de gestación, o el nacimiento real al final del mismo
período. Por esto, gennao puede
traducirse correctamente como “engendrado” o “nacido”, según si se trata del
padre, que engendra, o de la madre, que da a luz. En este caso, debe traducirse
como “engendrado”, porque Dios, el Padre, “de nuevo” forma parte. También
debería traducirse gennao como
“engendrado” en el versículo 7 de este capítulo.
Regresando a nuestra lección, en vista de la ausencia de la influencia
política de Jesús, y generalmente solo con seguidores de entre el pueblo llano,
Nicodemo estaba comprensiblemente perplejo por el hecho de que el Señor hiciera
afirmaciones tan audaces con respecto al “reino de Dios”. Por lo tanto, Jesús
enfatizó el hecho de que un hombre debe ser engendrado de nuevo si “vería”, en
el sentido de comprender, el reino en su etapa embrionaria durante la actual
Era Evangélica. Luego, por ejemplo, el apóstol Pablo dijo que Dios “nos ha
librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado
Hijo”. (Colosenses. 1:13) Aquí el apóstol
sugiere que el pueblo de Dios, al ser engendrado de nuevo, en una nueva forma
de vida, espiritualmente enfocada, con nuevas esperanzas, objetivos,
ambiciones, intereses. “Las cosas viejas pasaron” y “he aquí todas son hechas
nuevas”. (2 Corintios. 5:17).
El apóstol dice; “Que el reino de Dios no es comida ni bebida, sino
justicia y paz y gozo por el Espíritu Santo”. (Romanos 14:17) Los cristianos, posibles miembros del
reino celestial, no están limitados en el uso de los alimentos, como lo estaban
los judíos en virtud del Pacto, ni están obligados a guardar un día de cada
siete como día de descanso físico, aunque, cuando es posible, es prudente y
aconsejable hacerlo. No obstante, como posibles miembros del reino, nuestras
libertades, privilegios y bendiciones son muchos mayores que tener la libertad
de comer lo que nos gusta, o la libertad de ocuparnos, cuando es necesario, con
trabajo el primer o séptimo día de la semana. En su lugar, como Pablo indica,
algunas de las principales bendiciones que disfrutamos son la “justicia y paz y
gozo por el Espíritu Santo”.
A pesar de siglos de esfuerzo, y con la única excepción de Jesús, ningún
judío logró la justicia completa como resultado de mantener la Ley. La paz con
Dios no era la posesión de ninguno en el Israel natural. La ley solo condenó y
le dijo al pueblo típico de Dios que carecían de los requisitos divinos y, por
lo tanto, estaban bajo condena judicial. (Romanos. 3:20; 7:7-11) De forma similar, ni las bendiciones
espirituales, derivadas de la operación del Espíritu Santo, fueron la porción
de ninguno hasta Pentecostés después de la resurrección de nuestro Señor. Vemos
cuán verdadero es que una persona debe ser “engendrada de nuevo” antes de que
pueda comprender y llegar a conocer íntimamente el reino de Dios y las
bendiciones que disfrutarán los llamados a esa esperanza durante el tiempo
presente.
EL HOMBRE NATURAL Y LAS COSAS
ESPIRITUALES
Nicodemo hizo preguntas como respuesta a Jesús: ¿Cómo puede un hombre
nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su
madre y nacer? (Juan 3:4) Aquí vemos la
operación de la mente natural, con su capacidad para razonar únicamente al
nivel de las cosas terrenales. En su respuesta, Jesús enuncia otra verdad vital
que puede ser apreciada en su totalidad únicamente por aquellos que fueron
engendrados por el espíritu. “En verdad, en verdad te digo que el que no nace
de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”. (Vv. 5) A fin de “ver” o comprender dicho
reino, uno necesita ser “engendrado de nuevo” pero, para "entrar" en
el reino celestial al que la iglesia está llamada, no solo es necesario ser
engendrado, sino también “nacido” del Espíritu. Como Pablo dice en otro lugar:
“la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios”. (1 Corintios. 15:50) Un nuevo cuerpo
espiritual debe ser recibido antes de que podamos ingresar al reino del Padre.
Jesús nos dice que el nacimiento cristiano se produce por medio de dos
cosas: “agua” y “Espíritu”. Primero está la limpieza, el poder santificador del
agua de la verdad; viviendo “con toda palabra que sale de la boca de Dios” y
siendo construido por “la palabra de su gracia”. (Efesios. 5:25,26; Mateo. 4:4; Hechos 20:32) Segundo se encuentra
la operación del Espíritu Santo, vivificando nuestros cuerpos mortales en la
obra del sacrificio de la carne, “renovando” y transformando nuestras mentes
para que se parezcan cada vez más a “la mente de Cristo”. (Romanos. 8:11-13; 12:1,2; 1 Corintios. 2:16) De estas formas
estamos preparados para “nacer” como seres espirituales en la resurrección. “Lo
que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu
es. No te asombres de que te haya dicho: os es necesario nacer de nuevo
[engendrado de nuevo] (Juan
3:6,7).
Aquí nuestro Señor nos dice que existe más de un tipo de engendramiento
y nacimiento. Así como el engendramiento y el nacimiento de la carne son hechos
reales, también lo es el engendramiento y el nacimiento del espíritu, y
necesario, si se quiere entrar a la fase celestial del reino del Mesías. No
obstante, como indica el registro, Nicodemo continuó asombrándose y
preguntándose el significado de las palabras de Jesús. Con qué frecuencia ha
sido esta la experiencia del pueblo del Señor desde entonces, al entrar en
contacto con individuos bien intencionados cuyas mentes, sin embargo, son
incapaces de discernir verdades espirituales.
En Juan 3:8, Jesús intenta
proporcionarle a Nicodemo una simple ilustración de las facultades que posee alguien
nacido en el Espíritu. “El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no
sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del
Espíritu”. De ello se deduce que, para nuestra comprensión humana limitada, los
seres espirituales son como el viento, invisibles pero poderosos, y sus medios
de desplazamiento muy rápidos. A fin de usar una expresión común, son capaces
de “ir y venir como el viento”. Incluso con esta explicación, Nicodemo, todavía
con la desventaja de su mente natural, respondió: ¿Cómo puede ser esto? (Vv. 9).
¿NICODEMO SE CONVIRTIÓ EN UN DISCÍPULO
DE JESÚS?
No existe un registro definitivo en la Biblia de que Nicodemo se haya
vuelto un discípulo de Jesús. No obstante, sabemos que defendió a Jesús ante el
Sanedrín. Los fariseos y los sumos sacerdotes habían enviado oficiales para
capturar a Jesús. (Juan 7:32) Sin embargo, cuando
regresaron sin el Señor y les preguntaron por qué no lo habían traído, su
respuesta fue: “Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre habla. Entonces
los fariseos les contestaron: ¿Es que también vosotros os habéis dejado
engañar? ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos?
Pero esta multitud que no conoce de la ley, maldita es. Nicodemo, (el que había
venido a Jesús antes, y que era uno de ellos), les dijo: ¿acaso juzga nuestra
ley a un hombre a menos que le oiga primero y sepa lo que hace? Respondieron y
le dijeron: ¿Es que tú también eres de Galilea? Investiga, y verás que ningún
profeta surge de Galilea”. (Vv. 45-52) Lo que los fariseos
no sabían era que Jesús había nacido en Belén, no en Galilea.
Cuando Jesús fue crucificado, José de Arimatea, quien fue un discípulo
del Señor, pidió tomar su cuerpo para el entierro. Pilato concedió la petición,
y junto con Nicodemo, quien trajo las especias para embalsamar, colocaron el
cuerpo de Jesús en un sepulcro propiedad de José. (Juan 19:38-42) Estos eventos sugieren que Nicodemo
tuvo un gran interés en Jesús y sus enseñanzas. Ciertos escritos
tradicionales sugieren que luego de la resurrección de Jesús, Nicodemo se
convirtió en un discípulo de Cristo y recibió el bautismo de la mano de Pedro y
Juan. Además, algunos escritos sugieren que los judíos, como venganza por su
conversión, privaron a Nicodemo de su cargo, lo expulsaron de Jerusalén y que,
luego de su muerte, fue enterrado cerca de las tumbas de Gamaliel y Esteban.
Sin embargo, no sabemos si alguna de estas afirmaciones es verdadera, porque
las Escrituras no dicen nada al respecto.
NUESTRA FE NOS PERMITE VER
Al repasar en nuestra mente esta interesante reunión entre Jesús y
Nicodemo, cuán agradecidos deberíamos estar de que, como resultado de nuestra
fe en el Redentor y la consagración a Dios por medio de él, hemos sido capaces
de dejar de lado la mente natural. Al ser “engendrados de nuevo” “vemos el
reino de Dios” y apreciamos las cosas espirituales relacionadas con este.
Además, entendemos las condiciones de adhesión al reino de Dios y el trabajo
relacionado con este, tanto ahora como en el futuro. No obstante, para ingresar
realmente en dicho reino, debemos ser “nacidos del Espíritu”. Por lo tanto,
esforcémonos cada uno de nosotros en cumplir nuestro voto de consagración a
Dios, que siendo “ricos en fe” podamos ser “herederos del reino que ha
prometido a los que le aman”. (Santiago
2:5). (Doctrina
y vida Cristiana…Revista el Alba).
http://www.dawnbible.com/es/2022/2205cl-1.htm
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