Estas
conocidas palabras sobre el Espíritu Santo se encuentran en Hechos 2:4: "Todos quedaron llenos del
Espíritu Santo". Y en Efesios 5:18:
"Sed
llenos del Espíritu". Un texto es una narración; nos cuenta lo que
ocurrió realmente. El otro es un mandato; nos dice lo que debemos ser. Por si
hubiera alguna duda de que se trata de un mandamiento, lo encontramos vinculado
a otro en la primera parte del pasaje de Efesios: "No os embriaguéis con vino,
que lleva al libertinaje. Al contrario..."
Si
te preguntara si intentas obedecer el mandamiento de no emborracharte con vino,
sin duda responderías: "Por supuesto, como creyente, obedezco
el mandamiento". Pero ¿qué hay del otro: "Sed llenos del
Espíritu"? ¿Lo has obedecido también? ¿Muestra tu vida la
presencia del Espíritu Santo? Si no es así, mi siguiente pregunta es: ¿Estás
dispuesto a tomarte el mandamiento a pecho y decir: "Con la ayuda de Dios
obedeceré. No descansaré hasta que esté lleno del Espíritu"?
Desde
el principio, limítate a la pregunta de si escucharás y obedecerás el simple
mandamiento de la Palabra de Dios. Dejemos a un lado por el momento las
diversas nociones y concepciones sobre la llenura del Espíritu Santo. Queremos
centrarnos en el único objetivo que perseguimos y en el mensaje que creemos que
Dios tiene para cada creyente: "Hijo mío, quiero que seas lleno del
Espíritu". Que tu respuesta sea: "Padre, yo también quiero
eso". Me someto a la obediencia de Tu Palabra. Lléname ahora de Tu
Espíritu".
Mi
primera aclaración respecto a estar lleno del Espíritu es que no
significa un estado de alta emoción. Tampoco significa perfección
absoluta o un nivel en el cual no puede haber más crecimiento. Estar lleno del
Espíritu es simplemente esto: Toda la personalidad se entrega al poder de Dios.
Cuando el alma se entrega al Espíritu Santo, Dios mismo la llena.
La
pregunta ahora es: "¿Qué hace falta para estar lleno del Espíritu?".
Para encontrar la respuesta, debemos seguir a Dios para sondear nuestras vidas.
Podríamos preguntarnos: "¿Estoy en condiciones de que Dios me llene de su
Espíritu?". Algunos de ustedes podrán responder con sinceridad: "Gracias
a Dios, estoy preparado". Si puedes decir eso, es posible que te
des cuenta de que has sido retenido de esta bendición plena por una falta de
conocimiento, prejuicio, incredulidad o un concepto erróneo de lo que es estar
lleno del Espíritu.
Veamos la forma en que Cristo preparó a sus discípulos para el día de Pentecostés. Jesús tuvo a sus discípulos durante tres años en una especie de "clase bautismal". Este fue su tiempo de entrenamiento y preparación, como un misionero podría entrenar a los candidatos para el bautismo en un país donde Cristo no ha sido predicado antes. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés sobre la Iglesia no fue mágica, ni tampoco un acontecimiento arbitrario. Los discípulos estaban preparados para ello. Juan el Bautista les dijo lo que estaba por venir. No sólo predicó al Cordero de Dios que iba a derramar su sangre, sino que también les dijo que aquel sobre quien él (Juan) viera descender al Espíritu Santo bautizaría con el Espíritu Santo.
Veamos
con más detalle qué implicaba la formación de aquellos discípulos. ¿Cómo se les
preparó para el bautismo del Espíritu Santo?
En
primer lugar, recuerda que se trataba de hombres que lo habían dejado todo para
seguir a Jesús. Jesús pidió a los pescadores que dejaran sus redes; a otro le
pidió que dejara su recaudación de impuestos. Pedro dijo: "Lo hemos dejado todo por
seguirte": sus hogares, sus familias extensas, su palabra, su buen
nombre. Se burlaron de ellos por dejarlo todo para seguir a Jesús. La gente los
llamaba discípulos de Jesús, lo que se consideraba una burla. Cuando Jesús fue
despreciado y odiado, ellos también fueron odiados. Se identificaban con él, se
sometían totalmente a su voluntad, iban donde él les pedía.
También
para nosotros es el primer paso en el camino del bautismo del Espíritu Santo:
Debemos abandonarlo todo para seguir a Cristo.
No
estoy hablando aquí de abandonar el pecado - que es lo que haces
cuando vienes a Cristo por primera vez y te conviertes. Pero hay algo más para
nosotros como hijos de Dios. Muchos creyentes piensan que cuando reciben a
Jesús, él los salva y los ayuda en tiempos difíciles. Pero luego lo niegan como
su amo. Se creen con derecho a tener voluntad propia y salirse con la suya en
mil cosas. Dicen lo que quieren decir, hacen lo que les da la gana y utilizan
sus bienes y posesiones como les place; son sus propios amos y jamás se les
ocurriría decir: "Jesús, lo dejo todo para seguirte". "
Y,
sin embargo, éste es el mandato de Cristo. Él es el Señor de todo lo que
tenemos y somos. No podemos tenerle en nosotros y con nosotros a menos que se
lo entreguemos todo. Las palabras de Jesús no han cambiado: "Dejadlo
todo y seguidme".
Hace
poco estuve en Johannesburgo y escuché una sencilla historia de lo que se está
haciendo allí por el reino de Dios. En una reunión de creyentes para testificar
sobre lo que Dios había hecho por ellos, una mujer se levantó y contó cómo,
seis meses antes, había recibido una maravillosa bendición a través de la
afluencia del Espíritu de Dios. En una reunión de consagración, el pastor había
preguntado quién de ellos estaba dispuesto a entregarse completamente a Jesús.
Les pidió que estuvieran preparados para responder si Jesús les pedía que
fueran a China, o que renunciaran a su cónyuge o a sus hijos. Y ella respondió sinceramente: "Quería
decir que lo dejaría todo por Jesús, pero no pude. Cuando preguntó quién estaba
dispuesto a levantarse, yo me levanté y dije: 'Sí, lo dejaré todo'. Sin
embargo, sentía que no podía renunciar a mi marido y a mis hijos. Me fui a
casa, pero no podía dormir; no podía descansar, porque la lucha estaba ahí:
¿debo dejarlo todo? Quería hacerlo por amor a Jesús. Era más de medianoche, y
dije: "¡Señor, sí, por ti, todo! Y la alegría y el poder del Espíritu
fluyeron en mi corazón". Su ministro también testificó de ella,
que ahora caminaba en el gozo del Señor.
Tal
vez nunca hayas hecho el mismo compromiso o nunca hayas pensado que fuera
necesario. ¿Estás dispuesto a decir: "Señor, déjame ser lleno del Espíritu
Santo; te entrego todo y cualquier cosa"?
Cada
uno de nosotros debe examinar su propio corazón. Algunos nunca han creído
necesario hacerlo. Algunos nunca han comprendido el significado de la
afirmación de Jesús: "Si alguno viene a mí y no aborrece a
su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus
hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío" (Lucas 14:26). O cuando dijo: "Y
todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o campos
por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna."
Nuestro amor a Dios debe ser más grande que todo esto. Ciertamente nuestra
falta de victoria sobre el pecado y la razón por la que el Espíritu Santo no
nos llena es porque no hemos renunciado a todo para seguir a Cristo.
Una
segunda consideración a tener en cuenta es que estos no sólo eran hombres que
habían abandonado todo para seguir a Jesús, sino que estaban intensamente unidos a él.
Jesús dijo: "Si me amáis, obedecedme; y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador" (Juan
14:15-16 TLB). Y ellos lo amaban. Lo habían visto
crucificado, pero sus corazones no podían separarse de él. No tenían esperanza
ni alegría ni consuelo en la tierra sin él; y esto es lo que falta tan a menudo
entre nosotros. Confiamos en Jesús y en su obra en el Calvario; confiamos en él
como nuestro único Salvador; esto es suficiente para traernos la salvación.
Pero existe la relación de un apego intenso, estrecho y personal a Jesús y la
comunión con él cada día; la relación que significa que Jesús, el que no se ve,
será mi amigo y guía y guardián en todo momento, mi líder y maestro a quien
obedezco. Pero parece que son pocos los que entienden estos pensamientos.
Este
es uno de los elementos fuertes de la enseñanza de la Convención de Keswick.
Hace algunos años, una joven misionera vino a Sudáfrica y habló de la bendición
que había recibido en Keswick. Me contó que desde niña había amado al Señor
Jesús y se había criado en un círculo de amigos piadosos y en un hogar piadoso,
pero qué diferencia cuando descubrió lo que era recibir la llenura del Espíritu
Santo. Le dije: "Desde niña has vivido en un ambiente luminoso y piadoso; ¿cuál
crees que es la diferencia entre la vida que vivías entonces y en la que has
entrado?". Su respuesta fue sencilla: "Es la comunión personal con
Jesús”.
Creyentes,
este es el comienzo de la bendición más profunda. Algunas personas renunciarían
a todo por causa de su religión. Incluso por una religión falsa multitudes han
renunciado a todo. Algunos dejarían todo por su iglesia. Algunos dejarían todo
por el bien de su familia o amigos. Pero eso no es lo que se nos pide. Debemos
dejarlo todo por Jesús, dejar que entre en nuestra vida y tome posesión de
nuestro corazón. ¿Es tu vida una vida de tierna adhesión personal a Jesús y de
alegría en Él? No te pregunto si tu amor es perfecto. Te estoy preguntando si
puedes decir honestamente: "Es por lo que me esfuerzo, a lo que me
he entregado, lo que anhelo por encima de todo. Jesucristo debe tener todo de
mí cada día y todo el día”.
Un
tercer pensamiento es éste: Estos discípulos eran hombres que habían
llegado a desesperar de sí mismos. Al principio de sus tres años de
instrucción tuvieron que renunciar a todo lo que poseían; pero sólo al final de
ese tiempo empezaron a renunciar a sí mismos. Habían renunciado a sus redes, a
sus casas, a sus amigos, y eso estaba bien; pero a lo largo de los tres años
¡qué fuerte era el "yo"! ¡Cuántas veces les habló Jesús de la humildad!
Pero ellos no le entendían. Una y otra vez discutían sobre quién debía ser el líder.
La noche antes de la crucifixión seguían discutiendo. No habían renunciado a sí
mismos. Era evidente para todos lo poco que vivían en el espíritu de Jesús.
Pero
Cristo les enseñó y les formó. Les reveló una y otra vez cuál es el pecado del
orgullo y cuál es la gloria de la humildad, de modo que cuando Él murió en la
cruz, ellos también murieron. Piensa en Pedro, el discípulo impetuoso, que negó
a su Señor. ¿No crees que en todo el dolor de aquellos tres días, desde la
crucifixión hasta la resurrección, lo más profundo y amargo fue su vergüenza al
pensar en cómo había tratado a su Señor? En la cena, ¡qué seguro de sí mismo
había estado! "Aunque todos cayeran por tu culpa, yo nunca lo haré"
(Mateo 26, 33). Pero Jesús lo llevó
consigo a la muerte y al sepulcro, y entonces Pedro supo que, en efecto, no
había en él nada bueno. Había aprendido a desesperar de sí mismo.
Algunos
de ustedes pueden decir, "Creo que he renunciado a todo por
Jesús - mis posesiones, mi casa, mis amigos, mi posición; y creo que lo
amo, pero todavía no he recibido la bendición. Amigo, ¿aceptas que Dios, con su
reflector, está descubriendo en ti cuánta voluntad propia y confianza en ti
mismo hay? ¿No quiere poner de relieve el juicio que haces de las personas, el
modo en que dices lo que quieres y lo que piensas, sin haber aprendido aún la
humildad, la ternura y la dulzura que enseñó Jesús? Eso es el yo. Estás
trabajando para Él. Intentas hacer el bien, pero todo el tiempo eres tú el que
trabaja. Tú haces el trabajo y esperas que Dios te ayude y te bendiga. Pero eso
no basta. Dios debe llevarnos a cada uno de nosotros al lugar de la muerte en
Él.
¿Sabes
lo que significó la muerte de Jesús? Jesús dijo a su Padre, en efecto:
"Aquí está mi vida, que me ha sido preciosa. No he cedido al pecado. Te he
entregado toda mi vida mientras estuve en la tierra; ahora te la entrego en la
muerte". Entregó su espíritu diciendo: "En Tus manos encomiendo mi
espíritu". Porque entregó su vida por entero y atravesó las densas
tinieblas de la muerte y del sepulcro, Dios lo resucitó a una vida nueva y a
una gloria nueva. Su muerte fue el secreto de la resurrección. Si quieres
llenarte del espíritu de la vida resucitada de Cristo, primero debes morir a ti
mismo. Los apóstoles eran hombres que habían llegado a un punto de
desesperación total. Lo habían perdido todo y estaban dispuestos a recibirlo
todo de Dios.
Los
apóstoles eran hombres que habían aceptado por fe la promesa del Espíritu de
Jesús. La
noche anterior a la crucifixión, Cristo les había hablado más de una vez del
Espíritu Santo, y cuando se disponía a ascender al cielo, les dijo de nuevo: "Dentro
de pocos días seréis bautizados con el Espíritu Santo" (Hechos 1:5). Si hubieran preguntado a
aquellos discípulos: "¿Qué significa esto?". Estoy seguro de que no
te lo habrían podido decir. No tenían ni idea de lo que vendría. Pero tomaron
la palabra de Jesús, y si tuvieron ocasión de discutir el tema durante aquellos
diez días, estoy seguro de que dijeron algo así como: "Si mientras estuvo en la
tierra hizo cosas tan maravillosas por nosotros, ahora que está en la gloria
¿no hará cosas infinitamente más maravillosas?". Y se quedaron
esperando.
Tu
también debes aceptar esta promesa por fe y decir: "La promesa de la llenura
del Espíritu Santo es para mí". Lo acepto de la mano de Jesús.
Puede que no lo entiendas; puede que no sientas lo que te gustaría sentir;
puede que te imagines que sólo eres débil y pecador y estás lejos de Jesús;
pero puedes decir -y tienes derecho a decirlo-: "La promesa es para
mí". ¿Estás preparado para hacerlo? ¿Estás dispuesto por la fe a
confiar en la promesa, la Palabra y el amor de Jesús por ti?
Estoy
seguro de que hay creyentes que están luchando por descubrir en qué están
fallando, incluso aquellos que se han entregado plenamente a Jesús, que le aman
y que han tratado de humillarse en todo lo que han podido. Pero el problema
puede ser que simplemente no han aprendido a decir: "Él lo ha prometido, y lo
hará".
Para
animarte, añadiré que cuando recibes una promesa de Dios, tiene tanto valor
como su cumplimiento. Una promesa te pone en contacto directo con Dios. Hazle
honor confiando y obedeciendo la promesa, y si hay alguna preparación que aún
necesites, Dios lo sabe; y si hay algo que aún deba abrirse ante ti, Él lo hará
si confías en que lo hará. Confía en la promesa y di: "Esta plenitud del
Espíritu Santo es para mí".
Finalmente,
con la fuerza de la promesa, los discípulos esperaron unidos en oración. Eso es lo que debemos hacer:
esperar a Dios en oración. Esperaron, oraron unánimes; ofrecieron oración y
súplica, mezcladas con alabanza. Esperaban que Dios hiciera algo. Nunca se
insistirá lo suficiente en la importancia de esperar que Dios actúe. Conozco
creyentes -lo he comprobado en mi propia experiencia- que leen, meditan,
desean, reclaman, extienden la mano para tomar, y sin embargo lo que buscan se
les escapa de las manos. Es porque no esperan que Dios se lo dé.
No mires solo una enseñanza o lo que crees entender con la idea de recibir una bendición de ella. Mira sólo a Dios. Que tu expectativa provenga de Él. No basta con creer. Me parece que mucha gente confunde su fe personal con la bendición que se supone que trae la fe. Es por la fe que voy a "heredar las promesas". Cree y confía en Dios, y luego espera que Él te dé la bendición. Llénate del Espíritu Santo. (Contribuido)
"Él lo ha prometido, y lo hará".
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