"Te mostraré mi fe por mis
obras" – (Santiago 2:18)
MUCHOS
han supuesto un conflicto de opinión entre las enseñanzas del apóstol Pablo y
las de Santiago con respecto a la fe y las obras. Sostenemos, sin embargo, que, entendidas correctamente, sus
enseñanzas están en completa armonía. El pacto de la ley judía era
enfáticamente un pacto de obras, mientras que la base de aceptación bajo el
nuevo pacto es la fe. La ley decía, haz y vive; el evangelio dice, cree
y vive.
El apóstol Pablo, escribiendo a los que conocían la ley y que
habían sido entrenados bajo ella para esperar la vida eterna como recompensa
por el cumplimiento fiel de los requisitos de esa ley, se vio obligado a
mostrar que la obediencia absoluta a esa ley es una imposibilidad con respecto
a la raza caída de Adán; y de ahí que:“nadie
será justificado en presencia de Dios
por hacer las obras que exige la ley” (Romanos
3:20 NVI) Entonces, si nadie puede obtener la
justificación y la vida eterna por las obras de la ley, ¿cómo podrían
obtenerse? El Apóstol procede a mostrar que nuestro Señor Jesús había
guardado toda la ley sin mancha, que así había asegurado todas las recompensas
prometidas a "el que hace estas cosas"; a saber, la vida
eterna y todas las bendiciones divinas. El Apóstol muestra además que, si
bien nadie puede esperar la vida eterna mediante el cumplimiento de la
ley, pueden esperarlo y obtenerlo de otra manera, no haciendo obras que
serían aprobadas bajo el Pacto de la Ley, sino teniendo una fe que los
aprobaría bajo el Nuevo Pacto, y asegurándoles tal medida de la cobertura de la
justicia de Cristo en la medida que sea necesaria para compensar todas las
deficiencias e imperfecciones de su naturaleza que les impidieron cumplir con
todas las exigencias de la ley. Así nos dice: "Para que la justicia de la ley fuese cumplida en
nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu". (Romanos. 8:4
NRV 2000)
El Apóstol Pablo no quiso ni por un momento decir que un mero asentimiento intelectual era suficiente. Sus enseñanzas concuerdan plenamente con la declaración de Santiago en esta lección, que una fe que no produce esfuerzos ni obras para la justicia sería una fe muerta, una fe sin valor, o peor aún, una fe que condena.
Tampoco debe entenderse aquí que Santiago ignora la fe y enseña que las
obras de la ley serían capaces o suficientes para justificar a los pecadores o
hacerlos herederos de la vida eterna. Es probable que algunos en la
Iglesia primitiva, habiendo llegado a darse cuenta de que Cristo es el fin de
la ley para justicia a todo aquel que cree, y que somos "justificados por la fe en
su sangre", fueron al extremo opuesto, como algunos lo hacen hoy,
alegando que la conducta de vida es irrelevante, si sólo se mantiene la
fe. Es probable que Santiago tuviera en mente a esta clase de personas al
escribir esta epístola o carta. Por lo tanto, advierte al lector sobre
este punto: no pensar que una mera creencia o fe,
eso no hace ninguna impresión en la vida, y si no está acompañado por ningún esfuerzo por
vivir de tal manera que sea agradable a los ojos de Dios, sea una fe de alguna
vitalidad, o que haga algún bien real. Por el contrario, ese es el tipo de
creencia que tienen los demonios.
Como ilustración, señala que, así como una bendición sin comida no
satisfaría a una persona hambrienta, la fe sin obras no lograría nada. Si
se presentara el desafío: "Muéstrame tu fe sin tus obras", sería muy
difícil responderlo. ¿Cómo podría mostrarse la fe sino por las
obras? Por otro lado, sería una posición muy apropiada decir: "Te
mostraré mi fe por mis obras".
Abraham es llamado “el padre
de todos los creyentes”; y de él está escrito: "Abraham creyó a Dios, y le
fue contado por justicia." (Romanos. 4:3; Gálatas. 3:6; Santiago. 2:23)
Pero, como señala el Apóstol, la fe de Abraham no era de las que no daban fruto
de buenas obras y obediencia. Por el contrario, Dios probó la fe de Abraham, y
su fe se demostró aceptable por las obras de obediencia; la fe y las obras cooperaron
en su caso, y deben hacerlo en todos los casos, de lo contrario la fe no será
aceptable.
Los puntos que deben tenerse claramente en cuenta en esta lección son (1) que ninguna obra que los hombres
caídos pudieran hacer serían obras perfectas; en consecuencia, ninguno de
ellos podía ser aceptable a Dios. (2)
El cristiano es aceptable ante Dios mediante el ejercicio de la fe bajo los
términos del Nuevo Pacto. Es esta fe la que cuenta en su aceptación,
porque no puede realizar obras que serían aceptables. (3) Su fe aceptable debe ser probada por sus esfuerzos para hacer,
en la medida de sus posibilidades, la voluntad divina. (4) Puesto que las obras por sí solas
no justifican, y puesto que la fe debe preceder a las buenas obras antes de que
sean aceptables, y puesto que las buenas obras, cuando son aceptadas, no lo son
por su propia perfección, sino por la fe que hace ellos aceptables,
se deduce que es la fe la que nos justifica donde las obras no podrían
justificarnos, y que las obras no dejan de lado la fe, sino que simplemente
atestiguan la autenticidad de la fe.
Hay aquí una gran
lección para todos los que desean agradar a Dios. Es nuestra fe la que le
agrada a Él; al principio no tenemos nada más; pero si la fe permanece sola,
sin esfuerzo para producir frutos de justicia en la vida, se convierte en una
cosa muerta y pútrida, ofensiva tanto para Dios como para el hombre. Aquel cuya
vida es de auto gratificación y pecado y deshonra daña cualquier fe que profese. Además, según
nuestra experiencia, quien no vive en armonía con su fe no podrá mantenerla por
mucho tiempo. A los que tienen algo de fe sin los correspondientes esfuerzos
hacia las buenas obras, “enviará Dios en
ellos operación de error, para que crean a la mentira” (2 Tesalonicenses.
2:11 NVI).
Recordemos que el pueblo del Señor es "epístola viva conocida y leída por todos los hombres" (2 Corintios. 3:2); que son las obras las que se leen más que la fe, y de ahí la importancia del Texto de Oro, que debería ser cada vez más el sentimiento de todo seguidor de Cristo: "Te mostraré mi fe por mis obras". R2159
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